jueves, 28 de noviembre de 2013

a RECORDAR A MIS MAESTROS, A MIS COMPAÑEROS Y A MIS ALUMNOS.



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ES UN REGALO QUE HE ESCOGIDO DE MI ALUMNA MAYTE GONZÁLEZ A LA QUE SIGO CON MUCHO CARIÑO COMO DISEÑADORA Y QUE LE PIDO EL PERMISO PARA REGALARLO EN UN DÍA TAN ESPECIAL A MIS COMPAÑERAS/OS MAESTROS.
UN FUERTE ABRAZO.


Maestra,
eres y serás reina
de un pequeño país de enanos;
que cada mañana sentados en la alfombra,
abrirán  ojos, oídos y  boca
de sorpresa,
para oír de tus labios, historias
de caballeros de hojalata,
hadas con baritas mágicas,
brujas con escoba,
espantapájaros encantadores…

Y al que se duerma
lo despertarás cantando

a lo Judy Garland:

-¿Oe,oe?
Y ellos contestarán
-¡O aaaaaa!

En el recreo,
enredados entre tus piernas
tratarás no pisarlos,
arrimarlos a tu pecho
como muñecos prendidos
que buscan el calor de madre.

Al llegar la tarde,
los despedirás con tu sonrisa hechicera
para que sueñen con mundos
de fantasía y futuro.

Ya en soledad, dibujarás en la pizarra
un payaso sonriente,
con una nariz colorada
y unos zapatos de 7 leguas.

Te mirarás al espejo.
Te perfumarás con esencias de clase.
Meterás en tu bolso:
el cariño de tu corazón,
la simpatía de tu cara
y  la ternura de tu alma de maestra
para traerlos al día siguiente
como nuevos.
EUGENIO




Ahí están


Ahí están,
¿recuerdas?
Entre cuatro paredes
plantadas, creciendo,
con sus pétalos abiertos
de suave espera,
tentadoras a una caricia generosa;
con aquel aroma de sombra de huerto,
despidiéndolo
con voces de adolescente frescor
en el firmamento,
cerrado,
de nuestra clase.
 ¿Recuerdas?,
cuando se estremecía el maestro
con aquellos ramos pinchándole las manos,
y nos decía
con voz entre tierna y enfadada:
pintad,
pintad cerezas,
porque son lágrimas del cielo
nacidas de los árboles.
Y les poníamos caras,
y les rayábamos sonrisas,
para después darles mordiscos 
sobre aquella piel fina,
 dorada y cárdena.
Luego,
con la ropa de todos los días
jugábamos a pitagorinos,
poetas y exploradores,
persiguiéndonos por los pasillos,
corriendo alocadamente
mientras graznaba la sirena.
Pero nuestros graznidos de polluelos revoltosos
eran más altos,
más intensos.
Gritábamos de sorpresa,
de placer, de alegría,
enmudeciendo el lamento del maestro,
rociándonos con la arena del patio,
revolcándonos en el charco de siempre,
bombardeándonos
con pelotas rotas.
Y cuando volvíamos
con los últimos suspiros de la tarde,
al refugio de nuestro hogar
con su calmado acento nos esperaba,
nuestra madre tierra,
nuestro padre huerto,
el de siempre;
nuestro abuelo almendro,
 nuestra abuela hierba buena
con su paciencia olorosa detenida,
esperando,
un último recuerdo de paz y sueño.

-Sabías que te quiero,
pues ya lo he dicho.
-Aquí me quedo jugando con la red
de una araña hortelana,
unas veces,
con un gif saltarín en mi blog,
otras;
esperando que vengas
o me llames,
o que digas ¡hola!

eugenio


Eugenio.

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