EL SER HUMANO ENTRE LA EVOLUCIÓN Y LA CULTURA.

Pagina de inicio. Universidad Carlos III de Madrid   .

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CURSO ACADÉMICO 2016/2017 – 1 er Cuatrimestre 



EL SER HUMANO ENTRE LA EVOLUCIÓN Y LA CULTURA.


Profesor: Dr. D. Antonio Rodríguez de las Heras Pérez 

Días: Miércoles. Del 28 de septiembre de 2016 al 1 de febrero de 2017 
Horario 10:30 - 13:30 horas Horas Lectivas: 45 horas Sesiones: 15 Horas/Semana: 3 horas 

Una perspectiva para seguir la Historia de la Humanidad, desde sus orígenes hasta el umbral del futuro, es estudiando el conflicto entre la evolución y la cultura. Y éste será el planteamiento que hagamos en el curso. La evolución, en una fascinante navegación sin singladura, sin ningún rumbo marcado, nos ha hecho humanos. Y por ser humanos ha emergido una forma superior de vida que es la cultura. Una manifestación de vida de complejidad como la biológica. Y entre el legado de la evolución que llevamos en nuestros genes y los ensayos incesantes de la cultura (desde los artefactos más simples y primitivos hasta la tecnología de hoy; desde interpretaciones míticas y concepciones religiosas del mundo a las leyes y experimentaciones científicas; de creernos criaturas a hacernos creadores…) hay una tensión que construye nuestra historia y nos asoma a un futuro en el que se difumina el contorno que hasta ahora creíamos que contenía todo lo que nos definía como humanos.




Por inmutable que esté el entorno en que una persona habite, la evolución biológica de esa persona a lo largo de sus años la va desajustando de ese entorno, y, como consecuencia, interpreta que ese mundo a su alrededor está cambiando. Así que cree que el mundo se ha hecho más confuso, más inestable e inseguro, más incómodo… pero realmente son sus ojos los que ven borroso, es su pulso el que tiembla, y son sus músculos y huesos los que no le proporcionan la misma fuerza y agilidad. A esto hay que sumar el efecto de la memoria, que al no ser solo recuerdo, sino también olvido, realiza una acción en uno u otro sentido interesada; sublima recuerdos del pasado y, por consiguiente, las vivencias del presente no están a la altura.
Un objeto se mueve en el espacio (trayectoria). Y un ser vivo cambia con el entorno (relación).
Siempre en una vida, por atrapada que permaneciera en una calma chicha existencial, hay esa impresión de que el mundo cambia. Así que un mundo realmente en cambio tiene que influir mucho en el ánimo de los humanos. Y esa es la alteración que vivimos hoy, porque es impresionante lo que está sucediendo.
¿Hasta cuándo esta aceleración?
Como en el movimiento, en el cambio percibimos la aceleración. Y en este tiempo hay una brutal aceleración que, si bien no pega nuestros cuerpos al respaldo del asiento, sí hace que nuestros cerebros se vean proyectados hacia atrás como incapaces de alcanzar la velocidad del cambio. Cuerpos y mentes con inercia, resistentes a variar su estado. Una sensación perturbadora que lleva, en ambos casos, a preguntarse cuándo cesará y la velocidad se estabilice. Porque si la aceleración desaparece, desaparece igualmente la impresión (excitante o inquietante, depende del ánimo de quien la experimenta); así que aunque, por ejemplo, se vuele o se ruede a muy alta velocidad se hace un estado aceptable. Solo cuando hay variación de esa velocidad de crucero se la siente de nuevo.
Jamás el mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo
Ahora la aceleración es intensísima. Única. Cierto que ha habido cambios trascendentales a lo largo de la historia de la humanidad, pero nunca con esa aceleración. Nunca un cerebro ha soportado el impacto de verse aplastado entre el pasado y el futuro por efecto de la aceleración de los cambios. Han sido en ocasiones profundísimos, pero necesitaban varias generaciones, muchas, para completarse y poder sentir su aceleración. Jamás el mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo.
Y la pregunta con la que nos interrogamos es: ¿hasta cuándo esta aceleración? Aceptamos viajar por nuestra historia futura a alta velocidad de crucero, y que la evolución de nuestra sociedad transcurra con un dinamismo que nos parecerá tan increíble como al carretero de antes los vehículos de ahora, y que los siglos se midan por diez años, ¿pero la aceleración hasta cuándo?
Y el traqueteo
En los desplazamientos en general hay otra experiencia: el traqueteo. Es cuando parece que todo se va a desencajar (incluidos nosotros) fruto de las vibraciones, como si no se fuera a resistir el impulso a que estamos sometiendo el transporte. Como si hubiera un preocupante desajuste entre elementos que pueden soportar este empuje y otros para los que es excesivo. Pues bien, si esto es para el movimiento algo semejante sucede para el cambio. No todo evoluciona al mismo ritmo, las inercias son muy distintas (de un artefacto tecnológico a un valor de mentalidad), la resistencia a la velocidad y aceleración de los cambios varía considerablemente de un componente a otro de aquello innumerable que hace nuestro mundo (instituciones, modelos económicos, educativos, políticos, costumbres, mentalidades, religiones…). Y el traqueteo del mundo hoy, sometido a tales tensiones de despegue, llega a asustar a sus ocupantes, que se encogen, intentan no sentirlo, miran preocupados y confusos a los lados, junto a otros eufóricos y confiados por la adrenalina que produce la situación.
Estamos viviendo un despegue de la nave Tierra hacia los confines que alcanza la imaginación

Igual que un rayo de luz se refracta al cambiar su velocidad por pasar de un medio a otro, el mundo ha alterado bruscamente su dirección desde el momento en que su comunicación ha entrado en otro medio, la Red, donde las transferencias son al instante, donde el nivel de capilaridad es la del individuo y sus objetos, y envuelve el planeta como lo hace otro medio, el aire, la atmósfera. Además muestra otra particularidad: presenta condiciones muy favorables para albergar la diversidad, aunque su extensión englobante y planetaria pueda hacer pensar en lo contrario, en la uniformidad. De ser así, la diversidad es el combustible más potente del cambio, como nos ha enseñado la evolución natural, por lo que estamos viviendo un despegue de la nave Tierra hacia los confines que alcanza la imaginación. De ahí la inquietud y la emoción encontradas que mostramos los viajeros.

Hoy hemos estudiado tres ejemplos al hilo de la introducción realizada por el profesor que aquí recojo para poder aproximarnos a ellos.

1. Nace el primer bebé en el mundo con el ADN de dos madres y un padre
Resultado de imagen de Nace el primer bebé en el mundo con el ADN de dos madres y un padre

2.Resultado de imagen de Los ‘biohackers’

Los ‘biohackers’ que dejan que la tecnología se les meta en la piel




5/10/2016
Hoy hemos hablado de muchas cosas, fundamentalmente de la evolución de esa cinco ventanas del ser humano que son los sentidos.
  
¿Còmo vemos el mundo?


Borroso, fragmentado, deformado e incompleto.
Así vemos el mundo,
al otro
y a nosotros mismos.

Pero eso es lo que nos da la conciencia de nuestra existencia,
de que estamos al otro lado del espejo,
ante el mundo.

Si el espejo fuera nítido y único,
éxtasis,
perderíamos esa conciencia de nuestra existencia:
estaríamos mundo y nosotros del mismo lado del espejo.

Ese ruido,
esa borrosidad,
es la naturaleza del conflicto.
Inseparable de nuestra existencia,
de nuestra identidad.

Buscar la ausencia del conflicto,
la nitidez del espejo,
como sueñan algunas utopías,
es alcanzar el éxtasis individual y social,
pero a costa de la disolución de la diferencia,
de la individualidad.
Un final extático, sí,
pero también estático.
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  1. H.G. Wells en Una utopía moderna (1905)
plantea una sociedad posible
en la que la felicidad
no consista en la ausencia del conflicto.

La evolución nos proporcionó unos sentidos, especialmente el de la vista y el oído, muy eficaces para la percepción de lo circundante y para intervenir en el entorno, es decir, para la supervivencia. Pero más allá de los límites que alcanzaba la percepción de nuestro sentidos se abría un mundo. Para la supervivencia era suficiente este rango de fidelidad de nuestros sentidos. Sin embargo, también la evolución nos había equipado de un fenomenal cerebro,ávido de información para desarrollar sus potencialidades y para el que el entorno vital le resultaba insuficiente. Ese territorio abarcable sensorialmente proporcionaba alimentos, y marcaba distancias adecuadas para alertar de las amenazas, pero el cerebro necesitaba más incertidumbre, es decir, información para construir las inagotables combinaciones y recombinaciones de su red neuronal.
Hemos pasado la mayor parte de nuestra existencia dentro de los límites muy reducidos que los sentidos y nuestra capacidad de movimiento fijaban. Vivíamos en un valle. ¿Qué había al otro lado de las montañas?
Los ingenios del transporte ayudaron a abrir el horizonte. Y la concentración en las primeras ciudades, a enriquecer con estímulos el valle. De todas formas, impresiones muy escasas para la generalidad del ser humano, que nacía y moría sin salir de la aldea.
La posibilidad de transportar información en contenedores como los libros impresos, posteriormente el maquinismo en los transportes, y últimamente la comunicación audiovisual tuvo un efecto muy notable. Pero en estos años un mundo en red, los seres humanos en red, ha sido como un estallido.
Un mundo en red
Resulta que cada vez más personas están conectadas a una red por una prótesis que les permite, entre otras muchas actividades, transmitir en directo aquello que sucede en su presencia. Hasta ahora esto suponía una disponibilidad técnica y económica, una especialización  y una organización inasequibles para un particular. Tal capilaridad de la información era inconcebible incluso al finalizar el siglo XX.
Hoy disponemos, con la misma prótesis con la que hacemos otras muchas actividades cotidianas e igual ergonomía, la capacidad de realizar una transmisión audiovisual (y textual), instantánea (o diferida) y global (o selectiva), de lo que acaece ante nosotros. Las recientes aplicaciones Periscope y Live permiten esta poderosa comunicación a través de las redes sociales de Twitter y Facebook, respectivamente.
Es una forma de relación con el mundo sin el sobresalto del suceso, de respirar el tiempo, de dilatar la cotidianidad
Se está levantando un asombroso mosaico de presencias. No asociemos estas a acontecimientos propios de los medios de comunicación por su excepcionalidad o trascendencia. Más bien es como asomarse a la ventana, o salir a dar una vuelta,  y ver las cosas pequeñas que pasan, los sucesos que no hacen historia. Con la curiosidad y a la vez despreocupación con la que paseamos o nos sentamos en una plaza o nos acercamos a un corrillo. Es una forma de relación con el mundo sin el sobresalto del suceso, de respirar el tiempo, de dilatar la cotidianidad.  
El fenómeno que se está produciendo podría representarse con la analogía de una pantalla electrónica. Una pantalla que durante mucho tiempo (el de casi toda nuestra existencia) solo mostraba unos cuantos grandes píxeles. Luego, recientemente, comenzaron a ser algunos más y se podía ya atisbar una muy tosca imagen. Y hoy la pantalla ha conseguido una alta resolución, y sus millones de píxeles seguirán aumentando rápidamente. Cada pixel es la emisión por una persona de su presencia en un lugar y momento. 
Una experiencia antropológica de hace años consistió en mostrar una película a una población que no había visto nunca una proyección cinematográfica. Al finalizar, se comprobó que los asistentes habían fijado su atención solo en una parte pequeña, inconexa y variable de la pantalla, no habían conseguido una visión completa, y sobre todo coherente, de lo que transcurría sobre esa tela blanca.
En situación parecida nos encontramos ante esta otra prueba que nos plantea este aleph borgeano que es la Red. Nos saca del valle y nos muestra un mundo planetario. Ahora el reto está en saber mirar lo que la tecnología nos hace ver. La tecnología nos permite ver; la cultura, mirar eso que vemos. Así que se nos ha abierto un desafío cultural para no desperdiciar lo que ya podemos ver. De no ser así, el mundo se nos hará caleidoscópico.


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https://www.edx.org/





Siempre que una nave arriba,
baja a las tabernas del puerto.
Escucha con paciencia y atención 
las conversaciones de los marineros.
Unas veces compartiendo mesa y bebida,
otras aguzando el oído desde la barra,
y si el tiempo se ofrece bonancible,
apoyado en alguna solana con fingida desgana,
junto a un grupo de marineros,
o un solitario parlanchín.
No es fácil seguir las palabras de estos navegantes,
sus discursos se entrecortan,
los interrumpen otros, 
o se enredan en detalles nimios.
Además, muchos marineros son extranjeros,
de muy distintos países,
y se comunican con un indigesto brebaje de palabras,
que nunca han estado reunidas en un mismo diccionario.

Pero a pesar de todo esto,
y por su perseverancia,
va extrayendo fibras de estos discursos siempre incompletos
con las que luego con igual paciencia,
pero más habilidad aun,
les sirve para trenzar con la escritura bellas y excitantes narraciones 
sobre otros lugares,
otros pueblos,
y sorprendentes sucesos.

Sus narraciones acercan esos mundos de allende los mares 
a muchos lectores
y hacen próximas e inteligibles 
las noticias fragmentadas y confusas para los no iniciados.

En muchas ocasiones
le preguntan por qué no se ha embarcado 
para ir así a uno de esos lugares que luego narra.
Siempre contesta
que no habría entonces tenido tiempo para conocer y vivir
tantas historias como las que ha podido escribir 
bajando al puerto.
Por eso se le ve con regularidad ,
sentado en una roca junto al mar,
con la mirada fija en el horizonte,
a la espera de la próxima nave
con la que seguir construyendo historias...,
o de la ola imprevista
que en un día de mar en calma
le lleve,
en un viaje sin retorno,
a conocer todos esos lugares.

________________________

La Ciencia y la Tecnología nos han dejado a la orilla de un envolvente océano.
Sólo unos pocos lo surcan,
y traen noticias de sus navegaciones,
que las más de las veces se las reparten entre ellos
en lugares tan privativos 
como las tabernas portuarias de antes.

No es bueno mantenernos los demás en esta insularidad
sin preguntarnos que hay en esos vastos horizontes,
cada vez más dilatados.
Necesitamos que nos cuenten el mundo,
el de la naturaleza,
y el artificial que estamos creando con la tecnología.

Buscamos narradores que sepan ensamblar, traducir, los fragmentos 
en historias que necesitamos todos para no sentirnos excluidos,
perdidos,
o utilizados.
El conocimiento pertenece a la Humanidad,
no es propiedad de ninguna casta académica,
países
ni de patentes.
Y el beneficio de mayor excelencia está en tenerlo,
no en hacerse sólo con lo que se puede producir con él.

Es un esfuerzo que no debe confundirse con el género de ciencia ficción,
la divulgación científica (con libros y producciones audiovisuales loables),
que si bien son aportaciones a este objetivo muy valiosas
no cubren plenamente la necesidad de un género narrativo
que despierte nuestra imaginación
sobre lugares y fenómenos muy lejanos
y nos animen a acercarnos a la orilla
y quedarnos ensimismados mirando el horizonte.

En este mundo científico y tecnológico 
necesitamos narradores que nos lo cuenten,

no sólo que intenten explicárnoslo.

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Otra solución para Fahrenheit 451

Antonio Rodríguez de las Heras

Catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología


Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury (1953) y película de François Truffaut (1966), nos presenta un sugerente problema. Una sociedad que está sometida a un poder que rechaza los libros, considerados fuente de alienación. Se persigue a quien guarde alguno y se rastrean todos los posibles lugares donde esconder cualquier libro. Todo libro hallado se quema de inmediato.
¿Cómo poder resistirse a tal proceso de desmemoria? Ya que hay ciudadanos, no abducidos por el sistema totalitario, que intentan por todos los medios impedirlo. Unos ingenian recovecos donde ocultarlos, pero sufren continuamente la sangría de los registros policiales. En esta situación de persecución, ¡qué difícil es ocultar un libro, por su volumen y peso, incluso olor! ¡Y qué decir de toda una biblioteca, como la que llegan a descubrir a una familia! 
La obra nos hace ver de manera contundente la fragilidad del papel, que arde y se consume fácilmente, sin dejar rastro, y la presencia del libro como objeto que necesita, por tanto, un lugar.

Hay otro grupo de ciudadanos que se decide por otra estrategia de resistencia: huir al bosque. Hombres y mujeres de todas las edades crean una comunidad y cada persona metaboliza un libro, es decir, memoriza un texto.
Ya no hay papel, ya no hay el volumen del libro. Sin embargo, por emocionante que sea esta transposición temporal, a la espera de que vengan tiempos mejores, tiene la vulnerabilidad de la edad, de la muerte, antes de que haya tiempo de transvasar a otra memoria joven el contenido de la obra. En la versión cinematográfica de Truffaut termina la película cuando un anciano se esfuerza en completar el paso de su texto memorizado al cerebro de su nieto antes de que llegue el invierno, que no podrá superar.
¿Dónde reside una obra concreta?
Quizá habría otra solución a este desafío de supervivencia, de conservación de la palabra escrita. Y es que los resistentes no memoricen un libro sino un capítulo y mejor, si son muchos, una página. Y en vez de tener que repetir continuamente a sí mismo el libro -en voz alta, paseando por el bosque, como nos muestra la obra- para que no se olvide, cada resistente memoriza una página y la transmite lo más pronto posible a otra persona o a varias. A partir de entonces ya no necesita recordarla con precisión fotográfica, incluso puede olvidarla. Y queda receptivo para escuchar otro fragmento de cualquier otra obra, que igualmente procurará transmitir enseguida a otra persona.
¿Dónde reside entonces una obra concreta? La estrategia de supervivencia del texto no radica en que permanezca en un lugar (oculto si está en forma de libro, o memorizado y, por tanto, oculto también el texto en un cerebro) sino disperso y circulando por toda la sociedad resistente, sin necesidad de quedar recluido en el interior de un bosque ni de una persona.
Un libro deshojado y en movimiento constante por un laberinto de encuentros: dos personas se aproximan, una habla, otra memoriza, o quizá intercambian sus memorias, a continuación se separan de nuevo en busca de nuevos contactos con otras personas. Y así sin cesar. No importa que esa página se transmita a más de una persona, pues proporcionaría redundancia. La clave está en transmitir cuanto antes lo memorizado, y disponerse a escuchar otras páginas 

Como venimos de la cultura escrita nos
De igual modo que soñaba la comunidad del bosque con el momento en que el estado censor se derrumbara para devolver la palabra al papel, así esta red finísima, capilar, por la que circula sin cesar el murmullo de la memoria compartida, llegado el momento de la libertad cada miembro, cada nodo, escribiría sobre el papel la última o últimas páginas memorizadas y no transmitidas aún a otra persona. Luego se ordenarían y encuadernarían.
Como venimos de la cultura escrita nos cuesta quizá más interpretar la Red, Internet, de esta forma dinámica, fluyente. Comprender que su consistencia y potencia están precisamente en el despiece y en la incesante circulación. Ya que, por el contrario, tendemos a verla como una biblioteca universal o como un libro infinito. Es decir, como un lugar o conjunto de lugares. En donde la información está en un lugar preciso y no circulando continuamente y en pequeñas piezas. Lo entenderíamos mejor desde la cultura oralLa Red es rumor, es movimiento browniano, y si esa agitación se detiene comenzarían sus ceros y unos a sedimentarse, todo quedaría sepultado… para labor de los arqueólogos.


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